La ventada partida se divisaba desde el sillón
ella sentada alimentaba a su criatura.
Era el momento del silencio
pronto la luz iba a ceder su brillo a la luna
y así las horas del descanso estarían prestas a sucederse.
Silencios intranquilos
las manos transpiran algún llanto contenido
filosos cuchillos ordenados meticulosamente en el cajón
bolsitas anudadas en sí mismas buscan asfixiar los miedos
ahuyentar la locura que se apronta sin aviso
toma todo de improviso
y transforma la costumbre
en temibles fantasmas amarillos.
Amarillos,
como cuando al sol lo dibujan los niños
como flor de madreselva recién abierta en la mañana
como limón maduro que pende de su rama
como hojas de otoño que giran en remolino
como cuando de repente se hizo negro afuera
y adentro destellantes lucecitas se despegan
y brillan, brillan tanto que enceguecen
y los fantasmas se vuelven amarillos.
Comments